SIGLO XXI: EL ESTADO, LA IGLESIA Y LA PESTE
Grabado que reproduce una escena de la Peste Negra en Rusia, en el poblado de Nikolsky, provincia de Astrakhan
I – AUSENCIA
“El cristianismo, tal cual es, y tal como no ha dejado de
ser, se funda en los más profundos fraudes”
Voltarie (1694-1778)
Enciclopedista de la Ilustración
Es posible vislumbrar a través del “signo de los tiempos”
que la humanidad está atravesando el período preparatorio e inmediatamente
anterior a la “Noche de la Historia”, el fin del ciclo del hombre caído, con el
consecuente retorno de Nuestro Señor Jesucristo.
Desde hace unos meses, el mundo entero enfrenta una epidemia
de un sospechoso virus, denominado COVID-19 –coronavirus-. Para algunos, nacido
de animales salvajes consumidos de forma inapropiada por ciudadanos de la Rep.
Popular China, para otros, dicho virus habría nacido en medio de tubos de
ensayo, cuyo destino era convertir al mundo en su laboratorio de pruebas. Sea
cual sea su origen, hay un acontecimiento que nos interesa de sobremanera,
derivado del mismo, que ensombrece lo SAGRADO, y a quienes son sus cultivadores
y traductores: la casta religiosa.
No hace mucho tiempo, apenas una gota de agua en la marea
del tiempo, las naciones se han vuelto laicas. La religión ha pasado a ser un
elemento más dentro de un estado nación, un grupo de presión, tal como lo puede
constituir un sindicato, una asociación de profesionales, un club deportivo. Sabemos
que la comparación es absurda, mas esa es la absurda realidad.
Con motivo de la expansión de la epidemia del coronavirus,
los gobiernos han sugerido que se evite todo tipo de concentración humana para
evitar que dicho virus se contagie de persona a persona. A través de una
cuarentena, se intentaría aislando las personas que porten dicho virus, que el
mismo deje de esparcirse en el resto de la población. En diversos países de occidente, iglesias,
romanas, ortodoxas, evangélicas y demás, han cerrado sus puertas obedeciendo el
mandato del Estado Nación y cooperar con las medidas a favor del sostenimiento
de la cuarentena. En el ínterin,
enfermos con coronavirus ingresan a los hospitales. Al día de hoy, miles de ellos
vieron por última vez a sus familiares en la sala de algún hospital, pasando a
un lugar cuidadosamente aislado, donde luchará en desventaja contra el virus,
expirando finalmente en extrema soledad.
Sus familiares, no podrán volver a verlo, porque el virus
sigue vivo en el cuerpo inerte, y por lo tanto, en varios países, el cuerpo es
incinerado para evitar problemas de contagio.
Estos familiares, recibirán días después una urna con sus cenizas o un
cajón cerrado, que sin mucho tramite, deberá ser enterrado con celeridad, como
si algo maligno estuviera presente dentro del féretro.
En todo este trágico proceso que viven las familias en estos
momentos, la IGLESIA, por primera vez, no está presente junto a ellos. Hemos
cerrado, al igual que un cine, un negocio de venta de ropa o una cancha de fútbol.
La Iglesia ha acatado la normativa del Estado Nación, ese
mismo Estado, que en Occidente, desde la Revolución Francesa, ha convencido a
los pueblos que la Iglesia es un problema, un obstáculo, ante el avance del
PROGRESO HUMANO.
Hoy –marzo de 2020- está aconteciendo esto en nuestro
Occidente, y hemos de reconocer que nos ha tomado a todos por sorpresa.
Negativo sería buscar quién fue el primero en cerrar las puertas de los
templos, y con ello marcar el rumbo de lo “políticamente correcto”. ¿Cómo seguimos de aquí en más? ¿Cuál es el
futuro de aquella iglesia que lucho no hace mucho tiempo contra la peste negra,
que diezmó el viejo continente europeo?, ¿cuál es el futuro de aquella Iglesia
que asistió a lo largo de los siglos a los leprosos y otros enfermos o deformes
que la sociedad expulsaba como parias?
II – ESTADO TOTALITARIO LIBERAL
“El temor al Estado y el honor que le debemos rendir, debe
motivarse en el temor y honor que ofrecemos a Dios” (Orígenes, “Comentarios a
la Carta de los Romanos”)
Lo que la pandemia del coronavirus ha dejado al desnudo, es
la ausencia de una sociedad fuerte, afectada a su vez con el virus del
individualismo en su fase más hedonista y narcisista.
Ante la falta de responsabilidad por parte de los ciudadanos
de aislarse voluntariamente ante una posibilidad de contagio, el Estado
reasumió el “monopolio de la violencia física legítima” (Max Weber), decretando
la cuarentena, y en otros casos, hasta el “toque de queda” en determinadas
horas de la tarde/noche. En acompañamiento, los medios de comunicación exponen
durante todo el día la tragedia humana que la pandemia provoca en todo el
mundo.
Lo que uno evidencia, es qué entre el Estado Nación, y sus
diversos sistemas (Salud y Seguridad tomando protagonismo), y el Individuo, no
existen estructuras intermedias que colaboren en la lucha contra la epidemia.
Dentro de este vacío, también se encuentra anulada la religión.
El Estado y la Sociedad han fallado en crear un Estado
Comunitario, una Sociedad Comunitaria, lazos que rompen el egoísmo
individualista, o sea, aquellas fuerzas disociadoras que no actúan en beneficio
de la Nación y, aún más lejano, de principios supra-terrenales. Sólo cuando hay
una crisis en ciernes, se apela a las “redes de contención social”, que como su
nombre lo indican, es un entramado anárquico que solo sirve para sostener una
población con crisis en la provisión de servicios públicos, con trabajo
precario, con altos índices de pobreza, desnutrición infantil, alto porcentaje
de enfermos por adicciones, delincuencia y violencia familiar.
Para agregar más: desde las dos ultimas décadas del Siglo
XX, se anunciaba la revolución del “tercer sector”: Organizaciones No
Gubernamentales que provocarían grandes cambios en la sociedad. Era ese modelo,
lo que supliría esa distancia abismal entre el Estado y el Individuo. Hoy, en
plena pandemia, ese “tercer sector” clama ser parte de la lucha contra la
epidemia.
Pero volcamos ahora, a lo que la Iglesia nos ha enseñado
desde sus inicios acerca de la autoridad civil como instrumento de Dios:
“Todos deben someterse a las autoridades constituidas,
porque no hay autoridad que no provenga de Dios y las que existen han sido
establecidas por él. En consecuencia, el
que resiste a la autoridad se opone al orden establecido por Dios, atrayendo
sobre sí la condenación. Los que hacen el bien no tienen nada que temer de los
gobernantes, pero sí los que obran mal. Si no quieres sentir temor de la
autoridad, obra bien y recibirás su elogio” (Carta a los Romanos 13:1-3, de San
Pablo).
La Iglesia le corresponde justamente colaborar estrechamente
en crear esa red comunitaria que, junto al Estado, anule en cáncer del
individualismo liberal, y del colectivismo masificador alienante, consecuencias
directas de la SECULARIZACIÓN del poder político y social; significando esto
último: la no intervención de la Religión en acto alguno de la vida pública.
III – FRENTE A TRES CAMINOS
“Vengo a destruir a los que destruyen la Tierra” (Ap 11,18)
Frente a una pandemia que pone a prueba la MODERNIDAD como
sistema político, social, económico y cultural; cabrá preguntarnos cuál debería
ser el rol de la Iglesia, del Cristianismo en todo este proceso.
Existen tres caminos posibles, ante esta “Noche de la
Historia” que estamos presenciando.
1. Acompañar el proceso de secularización.
La Iglesia se adapta, aceptando las reglas de juego que
impone el Estado Nación, aquel heredero cultural de la Revolución Francesa y la
Revolución Bolchevique, alimentados por filosofías anticristianas y
anticlericales.
Esto se traduce, por ejemplo, en lo que la iglesia hoy
padece, con templos cerrados frente a la pandemia, tal como han decretado los
diferentes estados Nación en todos los continentes.
Con ello, no decimos que las Iglesias deban funcionar
“normalmente”, pero si accionar con responsabilidad y precaución para acompañar
espiritualmente a las familias que han perdido a seres queridos, u otras que
han caído en la desesperanza y cercanos a una psicosis colectiva, bajo algunos
pronósticos oscuros que los medios de comunicación y otros “influencers”
producen.
La epidemia, es uno de los acontecimientos que más víctimas
a ocasionado en la humanidad, más que las guerras mismas. Sin tener fronteras
que la detengan, las pestes no discriminaron reyes, monjes, soldados,
comerciantes o labradores. Sin importar la gravedad de las mismas, la Iglesia
estuvo presente caminando las calles, visitando enfermos, habilitando
hospitales, acompañando los tristes cortejos fúnebres que, en momentos trágicos
de mortandad, eran carros con victimas apiladas para ser llevadas a una fosa
común.
Estando en el siglo XXI, la iglesia no debería añorar
tiempos remotos donde las personas no podrían jamás alcanzar los estándares de
vida actual. Hoy, con naturalidad las personas pueden alcanzar los 70, 80 años
de edad, sobreviviendo gripes, infecciones, operaciones, y teniendo toda una
industria farmacológica dedicada a extender la vida humana y alejar la tan
temida muerte de nuestras vidas.
La MODERNIDAD con gran esfuerzo y éxito, ha buscado borrar
la muerte de la existencia humana, ignorándola, expulsándola de la realidad
cotidiana. Como contrapartida, la Iglesia
tiene como propósito enseñarnos que esta vida es una prueba, y que la
muerte es el transito a otra vida, para la cual debemos estar preparados.
2. Confrontar. Ir contra el “Signo de los tiempos”.
Entendemos por “signo” a aquellos significados que emanan de
las fuentes naturales (por ejemplo: la contaminación global que afecta la
naturaleza, la depredación de los mares, etc.) y humanas (las generadas a
partir del hombre, cómo, por ejemplo, su forma actual de relacionarse con Dios,
y con su prójimo). Por donde se analice, la MODERNIDAD nos ha legado un sistema
global que ha dado la espalda al Creador. Los signos de rebelión contra lo
SAGRADO abundan en cada rincón del mundo.
La iglesia, la profunda, es la que puede ver más allá del
signo, e interpreta con su profundidad teológica los SÍMBOLOS que vemos a
nuestro alrededor. El Símbolo precisa de un emisor y de un receptor, y para la
Iglesia, el SIMBOLO cristiano transmite ideas del orden metafísico,
supra-sensible, un mensaje que parte del PRINCIPIO, de Dios, Uno y Trino, y que
choca, hoy, con la realidad contrastante del siglo XXI.
Hoy, de manera elegante, el sistema político “pide”,
decreta, que la Iglesia se abstenga de celebrar sus misterios, de asistir a sus
fieles, de cumplir su misión en el mundo. Como hemos visto, esta iglesia del
siglo XXI, obediente, acata; pero hay otra, que tomando conciencia del “signo
de los tiempos” decide ir contra el mismo, protegiendo a la ECCLESIA, a la
comunidad de fieles y clérigos, de las tinieblas que hoy, en forma de peste, se
escurre entre las ciudades.
La Iglesia no puede cerrar sus puertas. La iglesia no puede
obedecer sin reasumir su papel junto al poder político su función en el mundo.
¿Acaso diremos a los médicos que se marchen en sus casas por la cuarentena? NO.
Porque es su misión estar asistiendo a los enfermos. ¿Acaso diremos a las
fuerzas de seguridad que se vayan a sus casas para cumplir la cuarentena? NO.
Porque son la garantía de la paz social en tiempos de crisis. ¿Acaso diremos al
tambero que no lleve mas leche a las ciudades que la precisan en tiempos de
cuarentena? NO, Porque la vida de los ciudadanos depende de que el siga
proveyendo la ciudad de alimentos.
Entonces: ¿Por qué la iglesia acata la cuarentena?, cuando gran parte de
su misión es estar en el alumbramiento de cada niño hacia Cristo, y en el
anochecer de cada uno, cuando parte a la casa del Padre de los Cielos.
Estar contra el “Signo de los Tiempos” es rechazar el gobierno
del Anti-cristo, y es cumplir lo que Cristo nos encomendó en el Pentecostés.
Es también la Iglesia, que en medio de la pandemia que se
vive, ha de luchar para crear no un simple “tejido social” que una al individuo
con el Estado, sino un escalonamiento natural y espiritual entre el ciudadano y
su Estado, que ayude a estructurar un orden comunitario para una sociedad
orgánica sin clases económicas, reemplazada esta última por una comunidad
jerarquizada de productores. También impulsar el desarrollo de una ciencia al servicio del crecimiento espiritual del hombre, y no para ser
esclavo de la misma.
Frente a una pandemia, si solo somos capaces de vislumbrar
un sistema de salud sobrepasado, fuerzas de seguridad en las calles y un
ciudadano obligado a la cuarentena, perdemos de vista un pueblo, una nación y
una iglesia, luchando unidos contra un enemigo invisible. Una guerra donde la
Cruz no puede estar ausente.
3. Un más allá en la “Noche de los tiempos”
Habrá una Iglesia que se adaptará a las reglas del juego en
tiempos del reinado del Anticristo. Habrá otra iglesia que, con virtudes y
defectos, CONFRONTARÁ contra dicho reinado, de la única forma que lo puede
hacer: salvando almas de las fauces de la condenación eterna, pero lejos estará
de lograr éxito en interponerse en el camino al precipicio que la humanidad ha
elegido.
Debemos evitar ser fabricantes de ilusiones, con melosas
declaraciones de “paz mundial”, de encuentros de “paz” inter-religiosos, que
desde la Iglesia se emiten adhiriendo a la ideología del progreso indefinido,
de la “paz perpetua” iluminista, celebrando, de este modo, como una parte de la
humanidad se sumerge bajo una tecnología de felicidad química y virtual,
esclavizando mentes y almas, en tanto
otra parte importante, mayoritaria, queda fuera del “sistema” viviendo
prácticamente de los residuos que brinda la primera.
La Iglesia de Cristo, no es parte de este proceso, puesto
que “mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36) . Tampoco es parte del proceso
“humano” que confronta al “Signo de los Tiempos” a la decadencia espiritual que
vivimos, más allá que aquellos que la combaten, lleven en alto la Cruz, y se
tenga las mejores intensiones.
La Iglesia de Cristo es eterna y atemporal. Es Mistérica,
profundamente litúrgica y todo símbolo que emana de ella es SAGRADO para la
humanidad que quiera escuchar el mensaje del Salvador del Mundo.
La Santa Iglesia Ortodoxa proclama: MUERTE AL MUNDO, este
mundo desvergonzadamente triunfante, el que ha degradado y destruido toda la
hermosa obra de la Creación y de la misión del hombre de redimirse en ella.
La destrucción de este mundo, anunciada en el Apocalipsis,
implica al mismo tiempo, un nuevo comienzo, el nacimiento de un mundo nuevo, “a
los pies de Jesús”, tal como anhelaba Dostoievski para su amada Rusia.
Antiguo grabado donde un sacerdote imparte los últimos sacramentos a un enfermo por la peste negra
IV – CONCLUSIÓN
Hemos de rechazar aquella iglesia que cómodamente acompaña
la crisis del Mundo Moderno.
Hemos de acompañar a todos aquellos cristianos que se
denominen y se comporten como tal, humildes y celosos de su FE, construyendo
oasis, ciudades de Cristo, en medio de tormentas desérticas. El Estado, necesita reencontrarse con lo
SAGRADO, pues a ellos Dios les delegó la potestad de gobernar sobre los pueblos
del mundo. La Iglesia deberá seguir marcando el camino correcto al “príncipe”
de ese mundo, y jamás renunciar a ello por más detractores y persecuciones que
surjan.
Y por último, hemos de estar junto a la Iglesia que observa
el mundo desde la eternidad, y tener FE, preparándonos junto al nazareo San
Juan Bautista, al borde del Jordán, a la espera de la Segunda Venida,
purificándonos, quitándonos todas las iniquidades, esperando que algún día los
cielos vuelvan a abrirse, y nuestras lágrimas de desasosiego, se conviertan en
lágrimas de felicidad.
S.E. Vladyka TEOFANO, Juan M. Garayalde
Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava en el Extranjero
Archieparquía de la República Argentina
Decir que es lo más inteligente que leí me parece poco. Este texto debe ser leído y meditado por todo el mundo. Gracias Vladyka por la lucidez.
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