AQUELLOS QUE APRENDEN RAPIDO
Este relato, nos llega a nosotros a través de un
veterinario, esos que nacen en el campo, estudian en la gran ciudad, y regresan
a su terrúneo al que extraña, para llevar toda la ayuda posible a la gente que
lo vió crecer.
Uno de esos tantos días, vio ingresar a su sala a un perro
que muchos días y noches le habían transcurrido.
Un perro de raza indefinida, tamaño grande, y sus ojos un
poco tapados por el pelo que era una mezcla de rulos y mechones largos e
irregulares que lo cubría. Un color cobrizo, como la tierra que el arado
descubre al sol.
Toda la familia acompañaba al perro, quizás previendo el
triste final. Eran personas sencillas en su vestir, a pesar de provenir de los
campos más allá del monte, del que tan difícil es salir.
Se habían puedo sus mejores ropas, aunque el que parecía ser
un abuelo, alto, delgado y con larga barba blanca, estaban gastadas por el
tiempo. Junto a él, un matrimonio de muchos surcos en el rostro, marca
indeleble del sol y del trabajo; y dos niños de edad escolar, de tez trigueña
con rostros cabizbajos.
El perro padecía, por su edad, una enfermedad de la que no podría volver a
recuperarse. Y así fue que anunció la triste noticia a sus dueños. Había
llegado con su último suspiro; sin embargo, se lo sentía tranquilo, sabiendo
que no estaba solo.
Sus seres queridos estaban a su lado.
El veterinario sin embargo, lo revisaba, sabiendo que la
vida de ese perro iba partiendo pacíficamente, como las hojas secas que navegan
sobre las aguas, para irse poco a poco hundiendose al encuentro del lecho del
arroyo.
“Ya no falta mucho” les dijo. Les ofreció dejarlo en un
lugar de su veterinaria para esperar el inevitable desenlace. Sin embargo, el
abuelo del grupo, rehusó amablemente el ofrecimiento, como sabiendo exactamente
donde ese animal debía estar para exhalar su último suspiro.
El abuelo lo tomo en sus brazos, fuertes y firmes como el
algarrobo, y lo levantó. Mientras se iban yendo a la salida, el veterinario
dijo mirando a los niños que dejaban escapar alguna lágrima: “es triste que
animales tan importantes para la vida de uno, vivan poco tiempo entre
nosotros”.
El abuelo se volvió hacia el veterinario, y desde su más
profunda sabiduría le respondió:
“nosotros a veces vivimos muchos años, y aprendemos poco sobre
la vida. Quizás sabemos cuándo hay que sembrar, cuando esquilar o hacer un
tajamar; pero mucho nos cuesta aprender a valorar las personas que te acompañan
toda la vida”
El abuelo baja su cabeza mirando al gran perro que sostenía
y dice:
“ellos llegan al mundo y lo aprenden rápido. Te lo
demuestran todo el tiempo. Son más sabios que nosotros en los temas de la
fidelidad y el amor”, luego su mirada se dirige hacia arriba, y concluye: “nos
los manda Tata Dios, para que aprendamos, cuando ya de grandes nos perdemos”.
Salió hacia la calle llevando su perro y detrás el resto de
la familia, un cortejo de corazones dañados, pero de amor resplandeciente.
AUTOR: Anónimo ….. y no tanto.
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