COMENTARIO DE LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DE NUESTRO SEÑOR
por el Hieromonje Seraphim Rose
Cuarenta días antes de ser entregado a una muerte
ignominiosa por nuestros pecados, nuestro Señor le reveló a tres de sus
discípulos la gloria de su divinidad.
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan su
hermano, y los llevó aparte, sobre un alto monte. Y se transfiguró delante de
ellos: resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos
como la luz" (Mateo 17: 1-2.). Este fue el caso del que se refería nuestro Señor cuando dijo: “En verdad, os digo,
algunos de los que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto al Hijo
del hombre viniendo en su Reino”. (Mat. 16:28). Por este medio, la fe de los
discípulos fue fortalecida y preparada para la prueba que se acercaba sobre la
pasión y muerte de nuestro Señor; y fueron capaces de ver en ella no un mero
sufrimiento humano, sino la pasión totalmente voluntaria del Hijo de Dios.
Los discípulos vieron también a Moisés y a Elías, hablando
con nuestro Señor, y de ese modo entendieron que Él no era Elías u otro de los profetas, como
algunos pensaban, sino alguien mucho mayor: Él podía recurrir a la Ley y los
Profetas para ser sus testigos, dado que era el cumplimiento de ambos.
Las tres parábolas de la fiesta tratan sobre la aparición de
Dios a Moisés y Elías en el Monte Sinaí; y ciertamente es apropiado que los
mayores videntes de Dios del Antiguo Testamento deban estar presentes en la
glorificación del Señor en Su Nuevo Testamento, viendo por primera vez Su
humanidad, incluso si los discípulos estaban viendo por primera vez Su
Divinidad.
La teología ortodoxa ve en la Transfiguración una
prefiguración de la resurrección de nuestro Señor y Su Segunda Venida, y más
que esto, ya que cada evento del calendario de la Iglesia tiene una aplicación
en la vida espiritual individual en la que los cristianos deberán aparecer al
final del mundo, y en cierta medida incluso antes de esa fecha. En el presagio
de la gloria futura que se celebra en esta fiesta, la Santa Iglesia consuela a
sus hijos, mostrándoles que después de las penas temporales y privaciones que
llenan esta vida terrenal, la gloria de la bienaventuranza eterna brillará; y
en él, incluso el cuerpo de los justos participará.
Es una piadosa costumbre ortodoxa el ofrecer frutas para ser
bendecidas en esta fiesta; y esta ofrenda de acción de gracias a Dios contiene
un signo espiritual también. Al igual que las frutas maduran y se transforman
bajo la acción del sol de verano, así mismo es el hombre llamado a una
transfiguración espiritual a través de la luz de la Palabra de Dios por medio
de los sacramentos. Algunos santos, (por ejemplo – San Serafín de Sarov), bajo
la acción de la Gracia vivificadora, han brillado corporalmente delante de los
hombres, incluso en vida con esta misma Luz increada de la gloria de Dios; y
esa es otra señal que nos viene de lo alto, en la cual nosotros como cristianos
estamos llamados, y es el estado que nos espera
de ser transformados en imagen de Aquel que fue transfigurado en el Monte
Tabor.
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