martes, 28 de septiembre de 2021

De Espiritualidad Montielera - Una extraña aparición

 DE ESPIRITUALIDAD MONTIELERA


UNA EXTRAÑA APARICIÓN

Por Dario H. Garayalde para El Heraldo - 25 de Septiembre de 2021.




Don Sixto Urrea vivía solo en su chacra, rodeado de un espeso monte entre las estaciones de San Gustavo y Montiel, aunque lejos de las vías del tren y más bien cerca del río Feliciano. Su único hijo se fue buscando algún futuro a Concordia desde hacía varios años. Le iba bien, de acuerdo a lo que le contaba en la esporádica correspondencia que recibía.

A pesar de la soledad, esto no constituía un motivo de tristeza para don Sixto, ya que en el transcurrir de su vida lo mantenía ocupado desde temprano.

 

Tenía una majada grande de ovejas que cuidar y también unas lecheras para su consumo, y el resto lo negociaba en el almacén cercano a la comisaría.

 

Era una persona sin preocupaciones mayores, que había encontrado el secreto de vivir en paz y mantener el ánimo en alto dejando a los demás vivir también en paz y ocuparse de lo suyo.

 

Sus dos perros: Capitán hijo de una perra vieja que siempre vivió allí, y Bigote, un agregado, hijo del monte que apareció un día todo lastimado, con heridas profundas y lleno de abrojos, vaya a saber de qué origen, y que don Sixto le curó pacientemente y lo alimentó, hasta que pudo valerse. El agradecimiento y la lealtad de ese perro eran conmovedoras. Ese sí que se puede decir sin rodeos que vivía para su amo. ¡Vaya uno a saber de dónde vino este engendro de la selva! Sin miedo a nada y dispuesto a defender con su vida a don Sixto en cualquier circunstancia.

 

En cuanto comenzaba a clarear el día, ya se ponían en la puerta del dormitorio, esperando a que don Sixto se despertara y comenzara a vestirse.

 

Cuando por casualidad se dormía un rato más, especialmente en invierno, que a veces el frío inducía a remolonear, Bigote se acercaba a la cama, y después de olerlo, se atrevía a tocarlo con una pata. En cuanto lo veían despierto, salían a la carrera a buscar las lecheras para traerlas al galpón, para que don Sixto las ordeñe. Se entendían a la perfección ya que una vez que terminaba de ordeñarlas, estaban esperando su premio ellos también, con leche calentita recién ordeñada.

 

Ensillaba a la tarde un overo petizo y llevaba al almacén distante una legua y media, la leche que no iba a consumir y donde siempre la negociaba por yerba, cigarros, o querosén para los faroles con don Perico el almacenero.

 


De paso, si había algún otro paisano con quien conversar, se quedaba un rato enterándose de las novedades y tomando alguna Lusera en buena compañía o charlando con el almacenero. Sixto Urrea era un vasco amable y risueño, con gustos sencillos con un buen humor particular que hacía que, difícilmente se enojara por algo; por esa razón era siempre solicitado a participar en las mesas de truco o de otro juego cualquiera, mientras los perros aguardaban pacientemente afuera el regreso de Don Sixto.

 

Como no le gustaba llegar sin luz, partió con los perros y el petizo al paso, de regreso a “las casas”. De un lado era todo monte espeso de espinillos y ñandubay, y del otro estaba la plantación de avena.

 

Linda tardecita, llena de luciérnagas y le gustaba ir aspirando el olor del campo y de la avena del vecino, rodeado de maripositas blancas.



Pero de pronto el perro Bigote se detiene, alza la cabeza y husmea: sus labios se hacen una apretada arruga debajo de la nariz y muestra los colmillos filosos, mientras se le eriza el pelo del cuello. Gruñe sordamente en advertencia. Capitán también se detiene y se pone también a gruñir mirando hacia el mismo sitio “¡Quieto, quieto!” les dice en voz baja y quedan delante de Don Sixto, tensos los cuerpos. A los dos se les va erizando todo el pelo. Su única arma es un cuchillo chico, de no más de 15 cm de hoja. Eso sí, muy filoso ya que lo usa para todo, desde cuerear hasta para comer. Queda a la espera en terreno abierto. De repente oyeron a la derecha y enfrente, el ruido de un animal que se revolvía con violencia entre las matas, y escucharon un gruñido de bicho grande. “¡Quietos, quietos!” les dice otra vez a los perros. Se advertía que podía ser un puma o algo de ese tamaño. Y allí fue entonces que don Sixto también percibió el olor. Muy fuerte, como de osamenta. “Si no voy a ver no sabré lo que anda suelto por aquí”, pensó

 

Miedo, ninguno; con su cuchillo y los perros no le temía a nada. Y fue a ver nomás al sitio de donde vino el alboroto, los dos perros adelante fueron y volvieron, aunque la vuelta con cierta desorientación como no entendiendo lo que sucedió. Ni animal ni persona pensó, porque si no ya hubiera sentido revolcones y gruñidos. Se llegó hasta allí

 

¡Nada! Ni rastro de lo que había. Pero algo había, porque el pasto está revuelto.

 

¡Cosa rara esto! Pensó Don Sixto. Pero los perros están nerviosos, así que algo fue eso.

 

No lo pensó más. No valía la pena romperse la cabeza con enigmas sin explicación.

 

Como era un hombre de costumbres invariables, le gustaba llegar y que hubiera brasas en el fogón para tomar unos mates, avivando el rescoldo que quedaba y agregando un poco de leña vizcachera. Además tenía un charque en preparación, y le gustaba ahumarlo también un poco que le daba un gusto especial. Lo tenía colgado de un gancho encima del fogón.

 

Una de las cosas que más le agradaba a don Sixto, era sentarse a la tardecita a tomar mate y ver la caída del sol con los perros bajo el alero de la casa, escuchando los ruidos de la noche. La paloma saludando el atardecer, la lechuza con su chistido, las bandadas de patos cruzando de vuelta del tajamar. Conocía cada sonido de la tarde y de la noche.

 

También le llegaba el grito lejano de algún jinete encerrando los animales. Sonidos familiares del anochecer del campo. Fue al fogón y soplando prendió un palito para encender la mecha del farol. De paso a ver si estaba caliente su comida y la de los perros. Les dio de comer a ellos primero y luego se sentó a comer él. Mañana será domingo pero, como todos los días ordeñaría las lecheras. Las tareas del campo no tienen feriados. “¡Mañana a la tarde le llevaré la leche a Don Juan Cardozo. La voy a negociar por unos paquetes de cigarros, harina, aceite y sal que ando precisando!” le comentó a los perros, que pararon las orejas y movieron la cola como si entendieran.

 

Al día siguiente, cuando llegó al almacén de don Juan Cardozo, a la sombra de unos talas estaba funcionando una cancha de tabas. Entre el criollaje amontonado, no se oía más que: –¡Pago!, ¡Copo esa banca!, ¡Culo!, ¡Clavada de vuelta y media!–

 

En lo de don Juan le sirvieron una Lusera, mientras miraba a la gente que se atropellaba para apostar y muchos borrachos que andaban estorbando. No le gustó como estaba el ambiente. “Esto va a terminar con algún acuchillado” pensó. Vio que había varios borrachos que andaban copando paradas sin tener plata. Se dirigió decidido al sitio donde estaban unos conocidos que rodeaban un capón bien dorado al asador. Estaban dándole los últimos toques al rescoldo de las brasas de ñandubay. Las mujeres habían hecho tortas cubiertas de azúcar con yemas de huevo, empanadas, pasteles fritos. Compró una damajuana de vino Carlón para compartir con los conocidos. Los perros también se arrimaron con recelo y se pusieron junto a don Sixto, y ellos también tuvieron su parte con muchos huesos blandos y fue una linda tarde para todos. Cuando empezaron a prender los faroles, don Sixto llamó a los perros para ir poniéndose en marcha. Así lo hicieron, con una luna grande que iluminaba todo el monte. Fueron costeando el tajamar con el rumor de las ranas como música de fondo y los perros corriendo los cuises que desaparecían entre las matas, con el caballo al paso, le gustaba a don Sixto disfrutar de la frescura y la humedad de la noche del campo. Era su placer apreciar toda esa magnificencia de la noche de nuestros pagos.

 


Desde una loma, ya divisaba su ranchada sumida en la oscuridad y el silencio a la luz de la luna. A medida que se iban acercando, se comenzó a sentir el mismo olor a podrido que la vez pasada, como el que despide una osamenta. Los perros estaban tan inquietos que salieron a la carrera hacia la cocina, ya que de allí parecía provenir el olor. Don Sixto ató el caballo a la entrada de la casa, donde fue a buscar la linterna de 4 elementos. Con ella en una mano y el rebenque en la otra fue a ver que estaba ocurriendo en la cocina con los perros y algo que los enfrentaba y gruñía. Por el alboroto y los golpes se advertía que era un animal grande. Tal vez un puma. Cuando alumbró con la linterna vio una cosa espantosa ¿Qué es esto, por Dios? Era una especie de inmenso perro con ojos brillantes, pero aun así, Bigote lo tenía mordido en el cuello. Cuando esa cosa vio la luz y a don Sixto, atropelló la puerta, única salida. Don Sixto solo tuvo tiempo de pegarle en la cabeza con el cabo del rebenque bien fuerte a esa demoníaca cosa, que finalmente huyó perseguido encarnizadamente por los perros. Como media hora anduvieron persiguiendo esa extraña criatura. “Eso, seguro que acá no vuelve más” pensó don Sixto, pero por las dudas, fue y cargó los dos caños de su escopeta 16, pero con munición uno.


FIN



De las leyendas o relatos folclóricos de una tierra, no se pretende que busquemos científicamente la prueba de si es real o no, ya que este tipo de historias, relatan la verdad del alma de un pueblo; y así solo, se aprende a conocer las virtudes y los miedos que anidan en ella.

 




viernes, 24 de septiembre de 2021

La Depresión y la trama oculta del mundo

 

LA DEPRESIÓN Y LA TRAMA OCULTA DEL MUNDO



Santa Synclética de Alejandría


La DEPRESIÓN invade nuestras vidas. Esta tiene varias máscaras, síntomas, que son muy visibles y que exceden el simple abatimiento. Eso esto es, con dolores de cabeza, insomnio, desarreglos alimenticios, dolores estomacales, y múltiples factores donde suele cometerse el error de atacar los síntomas, y no la causa.

La Amma Synclética de Alejandría del siglo IV, anacoreta, Madre del Desierto, autora de la obra Арорhthеgmаtа Маtrum, nos aporta una importante distinción: la “tristeza útil” y la “tristeza nociva” (1). Empecemos a definir la segunda, que nos es familiar y común a todos: es la aflicción a la que nos arrastra las pasiones del mundo. Es la preocupación por no tener el último modelo de celular, de no tener las mejores herramientas para el trabajo, de no soportar a los familiares que lo rodean, a estar disconforme con todo lo que se tiene, en tanto los mismos, no le brindan destellos de “felicidad”, saciedad, constante. Esta disconformidad y ensimismamiento sobre y por lo mundano, tiene un causante: el Maligno.

El ser humano acude al médico, que, en los tiempos modernos, su formación toma distancia de lo espiritual, y se atiene a lo estrictamente físico. El ser humano para la medicina moderna, es una maquina perfecta, a la cual se debe equilibrar para su buen funcionamiento. El médico moderno es apenas un mecánico, que devuelve el vehículo a su carrera desenfrenada para llegar a una meta ficticia, queriendo eludir en todo momento a la MUERTE.

De esta manera, muchos no lograrán ver esa “meta” jamás, y sus vidas se inundarán de profunda tristeza, o por el contrario: enojo, ira, hacia todo lo que lo rodea y no lo satisface, llevándolo a la violencia contra sus semejantes.

Amma Synclética nos hablará como contraparte de una “tristeza útil”, como “aquella que nos hace llorar por nuestros pecados y por la enfermedad del prójimo” (2).  Tal como afirmada San Pablo en su segunda carta de Corintios: “… la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; más la tristeza del mundo produce la muerte” (2Cor 7,10). Aquí, el ser humano, se pone de pie ante la enfermedad que corroe a la humanidad desde “la caída”. Comprende la “trama” oculta del mundo, la trampa que el Maligno le ofrece a través de las voluptuosidades del mundo.

Para apartarnos de la “tristeza nociva”, Amma Synclética nos recomienda la oración y la salmodia, o sea, ese revestimiento sobrenatural que nos provee tener presente al Señor en nuestros labios, mente y corazón.  Edificar espiritualmente un muro inexpugnable que desprecie lo mundano, aquellos castillos de arena que denodadamente el hombre moderno edifica frente a sus ojos provocando mayor y mayor dependencia y sumisión al Maligno, y un olvido Dios.

Un aporte de gran significatividad que nos brinda Amma Synclética, es el papel de la enfermedad física como verdugo de las enfermedades espirituales: “Esas amenazas mortales (las pasiones) son en efecto abatidas por la enfermedad como remedio superior y poderoso. He aquí la gran ascesis: soportar pacientemente las enfermedades y dirigir al Todopoderoso himnos de acción de gracias” (3)

Lo afirmado por la Santa, no es algo ajeno a su experiencia de vida, sino, por el contrario, ella tuvo que soportar durante largo tiempo un cáncer que iba destruyendo su cuerpo y su fortaleza en Cristo le impidió caer en el vacío de la desesperación. Su legado espiritual cobra significativa relevancia en un mundo que anhela el transhumanismo, prologando la vida física más allá de humano, disolviendo el motor espiritual que da vida al hombre y al mundo.


Vladyka TEOFANO, Juan M. Garayalde

Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava en el Extranjero

Circulo de Terapias Espirituales (CiTE)


NOTAS:

(1) Ver: Apotegmas de las Madres del Desierto, Editorial Olañeta, España 2006, Pag. 55

(2) Idem ant.

(3) Ob. Cit, Pág. 52.

jueves, 9 de septiembre de 2021

La última Liturgia en Hagia Sophia

 

LA ÚLTIMA LITURGIA EN HAGIA SOPHIA

Felipe Chrysopoulos

18 de agosto de 2021





I - INTRODUCCION

Un valiente sacerdote griego logró celebrar una liturgia ortodoxa en Hagia Sophia en 1919 , en un momento en que la icónica catedral se usaba como mezquita.

Se cree comúnmente que la última liturgia ortodoxa en Santa Sofía en Constantinopla tuvo lugar el 28 de mayo de 1453 , justo un día antes del fatídico momento en que el faro de la ortodoxia cayó en manos otomanas.

Pero hubo un valiente sacerdote cretense que se atrevió a realizar el rito sagrado una vez más en la enorme catedral, y lo hizo el 19 de enero de 1919.


II – EL PADRE CAPELLÁN

Eleftherios Noufrakis (1872-1941) de Rethymno, Creta fue el hombre que realizó este acto de heroísmo por amor a Dios y a su país. Inexplicablemente, el nombre del padre Noufrakis ni siquiera es una nota a pie de página en la historia moderna de Grecia.

Gracias a un libro de Antonios Stivaktakis titulado Archimandrita Eleftherios Noufrakis: una figura emblemática del helenismo, la fascinante historia de “Papa Lefteris” ha salido a la luz.

Sacerdote griego participó en la campaña Asia Menor

El padre Eleftherios, o Lefteris, fue capellán de la división militar que participó en la campaña de Asia Menor. Incluso habían llegado a las mismas puertas de Ankara, antes de su posterior derrota catastrófica en el río Sakarya.

Sin embargo, había una pequeña pizca de esperanza y redención en esos salvajes años de campaña militar. Y todo fue gracias al cretense con corazón de león del pueblo de Rethymno en Alones.

El padre Eleftherios era el capellán de la Segunda División Griega, una de las dos divisiones que formaban parte de la fuerza expedicionaria aliada enviada a Ucrania a principios de 1919.

 

III – DE PASO POR CONSTANTINOPLA

De camino a Ucrania, la unidad griega se detuvo brevemente en Constantinopla, que se encontraba bajo el control de los aliados al final de la Primera Guerra Mundial, después de que tanto los turcos como los alemanes fueran derrotados.

Un día, un grupo de oficiales griegos, compuesto por el brigadier Frantzis, el mayor Liaromatis, el capitán Stamatios y el teniente Nicholas, encabezados por el intrépido sacerdote cretense, contemplaron la ciudad de Constantinopla y Santa Sofía, desde su barco.

Tenían una sonrisa secreta en el corazón, porque la noche anterior habían tomado una gran decisión: desembarcar en la ciudad y celebrar una santa liturgia ortodoxa en Hagia Sophia.

 

IV – EL PLAN

 El imprudente plan —algunos incluso podrían decir tonto — fue una creación del padre Eleftherios. Los hombres sabían que su misión era casi imposible. Hagia Sophia seguía siendo una mezquita y seguramente estaba custodiada. Además, los musulmanes eran libres de ir allí a orar cuando quisieran, y en cualquier momento la iglesia podía llenarse de gente.

Y luego estaban sus propios superiores del ejército griego, que estarían en contra de tal acto, ya que plantearía un problema extraordinariamente difícil para la diplomacia, por decirlo suavemente.

Pero Papá Lefteris había tomado una decisión y estaba decidido y asertivo. Pidió a Constantine Liaromatis que fuera su cantor para el servicio religioso. El mayor estuvo de acuerdo y, finalmente, todos los hombres del grupo los siguieron.

El barco que transportaba a la División ancló en el puerto, por lo que los hombres abordaron un bote más pequeño, tripulado por un barquero griego, y fueron transportados a la ciudad. Kosmas, el barquero nativo, ató el barco y luego condujo providencialmente al sacerdote y a los oficiales por el camino más corto hacia Santa Sofía.


V – EL INGRESO A HAGIA SOPHIA

La puerta de la gran catedral, que alguna vez fue el edificio más grande de la cristiandad, estaba abierta, pero un guardia trató de preguntarles en turco qué estaban tratando de hacer. El general de brigada Frantzis se limitó a lanzarle una mirada que hizo que el guardia se detuviera en seco.

Los griegos entraron en Santa Sofía con gran reverencia y se santiguaron. Entonces se dice que Papá Lefteris susurró con gran emoción: "Entraré en Tu casa, y con temor veneraré Tu Santo Templo ..." (del Salmo 5, versículo 7 del Antiguo Testamento).

El padre Eleftherios se movió rápidamente, identificando la ubicación del Santuario y el Santo Altar. Encontró una mesa pequeña, la colocó en su lugar, luego abrió su bolsa y sacó todo lo necesario para la Divina Liturgia. Luego se puso la estola y comenzó diciendo:

"Bendito es el Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y por los siglos, y por los siglos de los siglos".

“Amén”, respondió el Mayor Liaromatis, y comenzó la Divina Liturgia en Hagia Sophia, la primera que tuvo lugar en casi 500 años.


VI – LA CELEBRACIÓN

La liturgia salió según lo planeado.

El grupo de griegos se persignó con devoción, aún sin poder creer que estaban dentro de Santa Sofía, siglos después de que hubiera caído en manos de los musulmanes. Y lo más importante, incluso estaban participando en una Divina Liturgia en el lugar más sagrado de la ortodoxia.

La liturgia prosiguió con normalidad. Después de 466 años, Santa Sofía estaba sirviendo nuevamente como templo del cristianismo, y los sonidos de los salmos griegos resonaban contra sus muros sagrados.

Papa Lefteris leyó el Evangelio de ese día, mientras que el brigadier Frantzis leía la epístola. Los deberes del sacristán fueron realizados por el teniente Nicolás.

Mientras tanto, los turcos habían comenzado a ingresar a la Iglesia. Al parecer, simplemente no podían comprender lo que estaba sucediendo ante sus ojos. El padre Eleftherios continuó la liturgia completamente imperturbable.

Los turcos miraban en silencio, todavía incapaces de captar en ese momento lo que realmente estaba sucediendo dentro de la Iglesia.

Papá Lefteris colocó la antimensión sobre la mesa, para hacer el Proskomidia. Luego sacó de su bolso un pequeño Santo Cáliz, así como una patena, un cuchillo y una pequeña prosphoron con una pequeña botella de vino.

Los griegos de Constantinopla llenaron Hagia Sophia

Con sagrada emoción y devoción, el sacerdote realizó el Proskomidia. Cuando terminó, se volvió hacia el teniente Nicholas y le dijo que encendiera una vela para poder seguirlo durante la Gran Entrada. El joven teniente se adelantó y encendió la vela, mientras detrás de él el sacerdote entonaba la oración: “Que el Señor Dios se acuerde de todos nosotros…”.



Archimandrita Eleftherios Noufrakis (1872-1941)


VI – DE LA SORPRESA AL ENOJO

Más turcos habían entrado en Hagia Sophia durante el Proskomidia, y la atmósfera estaba comenzando a cambiar. Al mismo tiempo, los griegos de Constantinopla también habían comenzado a ingresar en la Iglesia. Siguieron el resto de la liturgia con devoción, pero lo más discretamente posible, por miedo a los turcos.

Cuando la liturgia alcanzó su punto más sagrado, la Anáfora, el padre Noufrakis dijo con una voz emotiva: "Lo tuyo, lo tuyo, te ofrecemos, por todos y por todos". Los oficiales se arrodillaron y se escuchó la voz del Mayor Liaromatis cantando: “Te cantamos, te bendecimos, te damos gracias, Señor, y te rogamos, Dios nuestro”.

Al poco tiempo, el sacrificio incruenta de Cristo se completó en Hagia Sophia, después de 466 largos años.

Le siguió el “Axion Estin”, el “Padre Nuestro” y las palabras “Con el temor de Dios, la fe y el amor se acercan”, cuando todos los oficiales se acercaron para comulgar desde los Inmaculados Misterios.

Hazaña de coraje

Papá Lefteris pronunció rápidamente las oraciones de la Comunión mientras Liaromatis cantaba: “Bendito sea el Nombre del Señor…”, mientras el resto de los oficiales recibían la Sagrada Comunión. El sacerdote luego le dijo al teniente Nicholas, “Reúna todo rápidamente y póngalo en la bolsa”, antes de decir las oraciones de la Despido.

La Divina Liturgia en Hagia Sophia ahora se completó. Fue una tremenda hazaña de coraje con la que la mayoría de los griegos ni siquiera podían empezar a soñar.

Pero cuando los valientes griegos estaban listos para partir, la Iglesia estaba llena de turcos enojados que finalmente se habían dado cuenta de lo que estaba sucediendo. Los griegos estaban en peligro. Caminaron juntos como un solo cuerpo y se dirigieron hacia la salida.

Cuando los turcos estaban listos para atacar a los cinco hombres griegos, un oficial turco se presentó de repente, seguido de cerca por otros. Sus sorprendentes palabras fueron "Déjalos pasar".

De hecho, dijo las palabras con odio, pero en este momento no le interesaba a su país matar o arrestar a los griegos. Después de todo, dos divisiones griegas estaban en Constantinopla en ese momento y la ciudad estaba esencialmente en manos de los vencedores de la Primera Guerra Mundial.

Papa Noufrakis y los otros oficiales pudieron salir de Hagia Sophia y luego se dirigieron al puerto, donde Kosmas y su bote los estaban esperando. Fuera de la iglesia, un turco corpulento corrió hacia adelante, tratando de golpear al sacerdote griego con un palo.

Aunque Papa-Lefteris intentó esquivar el golpe, el palo lo golpeó en el hombro. El dolor era insoportable y lo hizo caer de rodillas, pero reunió fuerzas, se levantó y siguió caminando hacia el muelle.

Mientras tanto, el mayor Liaromatis y el capitán Stamatios pudieron desarmar al turco, que se preparaba para volver a golpear al sacerdote.

Los cinco hombres finalmente llegaron a la costa y se subieron al bote de Kosmas, quien comenzó a remar lo más rápido que pudo. Pronto pudieron abordar el buque de guerra griego, sanos y salvos, y victoriosos.


VII – CONSECUENCIAS DEL ACTO HEROICO

Sin embargo, su atrevido acto acabó provocando un inevitable alboroto diplomático. Los aliados se unieron como grupo y condenaron severamente la acción en una protesta al primer ministro griego Eleftherios Venizelos, quien se vio obligado a reprender a Papa Lefteris.

Pero Venizelos luego contactó en secreto al valiente sacerdote griego y lo felicitó por el inmenso coraje y patriotismo que había demostrado. El padre Eleftherios Noufrakis había cumplido el deseo secreto de toda una nación, aunque fuera por un breve momento.