domingo, 9 de enero de 2022

El niño, el aljibe y la luna

 

EL NIÑO, EL ALJIBE Y LA LUNA




La noche caía sobre el monte. Un niño jugaba junto al viejo aljibe, el cual todavía funcionaba a pesar del tiempo transcurrido, dando su fresca agua a los miembros de la familia, cuyo rancho estaba a unos pocos metros bajo una inmensa arboleda de algarrobos negros. Junto a él un viejo y sabio gaucho de muchas arrugas en su cara como la corteza del ñandubay, lo cuidaba tomando en silencio unos mates luego de haber finalizado la larga jornada del día.

El niño, que rondaría con su edad entre 4 y 6 años, trataba de vencer al sueño, y esperar que sus padres no se dieran cuenta que ya no era la hora de jugar. En un momento el niño mira hacia el interior del aljibe pretendiendo arrojar algo, y queda estupefacto fijando su mirada en lo profundo del mismo. Levanta su rostro y con voz de alarma le dice al viejo gaucho: “¡la luna está atrapada en el pozo!”.

El viejo peregrino de los montes y pampas, estaba acostumbrado a escuchar preguntas de los niños, siempre con esa curiosidad de querer aprender y entender todo. Sin embargo, la pregunta del niño denotaba la inocencia del mismo, pero al mismo tiempo una preocupación real.

Deja su mate a un costado, se acera al aljibe ante la mirada ansiosa del niño, y efectivamente, al mirar hacia el fondo, ve una gran y hermosa luna llena, flotando en las nítidas aguas que la luz de la luna permitía ver. El gaucho podría apelar a la realidad, y mostrarle que eso era tan solo un reflejo de algo que reinaba en el cielo por las noches; en cambio, decidió acompañar al niño en su impresión, quién le decía aireadamente que había que sacarla.

Sin mucho que decir, el gaucho sale al rescate de la luna, lanzando el cubo de madera al interior del aljibe, y al golpear el balde en el fondo del mismo, comienza a girar la roldana que tenía enrollada la cuerda atada a la manija del balde. Este, cuando comienza a ascender, apenas estaba lleno de agua, por lo que no costaba esfuerzo subirlo, pero el gaucho aparentaba que ponía toda su fuerza en hacer girar la roldana que elevaba el balde que contendría la luna en su interior. Cuando apenas faltaba poco para salir, el viejo y pícaro gaucho, le dice al niño que no puede más, que es muy pesado, y le pide asistencia. Este, decidido agarra también la roldana y ambos dan unas vueltas con tanta fuerza que el balde sube y golpea salpicando de agua a ambos. El niño ante ello cae hacia atrás sentado en el piso. Un poco aturdido, comienza a secarse el agua que había salpicado su cara, y escucha la voz del gaucho que le dice: “lo logramos, ¡la Luna ha podido salir!”. El niño se levanta y mira hacia el cielo, viendo la gran luna llena con todo su esplendor. Su sonrisa fue tan luminosa como la luz del astro rescatado del fondo del estanque.

No hubo mucho tiempo de festejar. La voz de la madre, llamando al niño a dormir, se escuchó desde las tenues luces del rancho. El niño, con una enorme felicidad se despide del viejo gaucho y corre a su casa, seguramente llevando consigo una enorme aventura que relataría a sus padres.

El silencio vuelve a la noche. El gaucho se acerca a su pequeño fogón donde la pava se calienta. Se ceba un mate mas, mientras ve ascendiendo las chispas de la madera que se quema. En su interior, piensa “¿y serán estas las estrellas que van a acompañar la luna rescatada?”.

Ese niño había salvado la luna esa noche. Quizás a la mañana no lo recordaría, pero en su corazón ya había algo presente, y que el sabio gaucho había sabido interpretarlo y, por lo tanto, hizo realidad lo imposible.

El hombre está destinado a cuidar de este mundo, por él mismo, y por mandato de su Creador. Esa luna atrapada en el fondo del estanque, se convierte en un símbolo de realidades eternas, a las cuales, podemos vivenciar para que justamente sigan siendo misterios insondables, pero al mismo tiempo posibles de vivir interiormente, siendo la inocencia de un niño, un puente, capaz de lograr lo imposible, y Cristo, del otro lado, tendiendo su mano para ayudar en el cruce.

+Teofano, Juan Manuel Garayalde.

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