jueves, 27 de noviembre de 2025

SAN FELIPE APÓSTOL

 

SAN FELIPE, Apóstol

27 de noviembre / 14 de noviembre - Calendario eclesiástico

 


San Felipe era originario de Betsaida, en Galilea, patria de los santos Apóstoles Pedro y Andrés.


Estaba tan atento a la meditación de la Ley y los Profetas que despreciaba todos los cuidados del mundo; por eso permaneció virgen toda su vida. Poco después de su bautismo por Juan el Bautista, nuestro Señor Jesucristo llamó a Pedro y a Andrés para que lo siguieran; y al día siguiente, cuando se disponía a partir hacia Galilea, encontró a Felipe y le dijo: «¡Sígueme!». Felipe obedeció inmediatamente y fue a ver a Natanael, a quien anunció: «Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, lo hemos encontrado: es Jesús, hijo de José, de Nazaret» (Jn 1, 45).

 

Más tarde, Felipe siguió y sirvió fielmente a Jesús durante toda su predicación. Fue él quien, en el transcurso del último coloquio con el Maestro, preguntó: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta». Y Cristo le respondió con tristeza: «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9).

 

Después de la Ascensión de nuestro Señor y de la venida del Espíritu Santo, Felipe fue designado por sorteo para evangelizar la provincia de Asia (la parte occidental de Asia Menor). Acompañado por el Apóstol Bartolomé y por su hermana según la carne, Mariamne, atravesó Lidia y Misia proclamando el Evangelio a costa de innumerables pruebas. Los santos discípulos soportaron golpes, flagelaciones, encarcelamientos y lapidaciones por parte de los paganos, sin que su alegría y su esperanza en Cristo disminuyeran, tan profundamente los habitaba la fuerza del Señor. Por la invocación del Nombre del Salvador, los enfermos eran curados, los endemoniados liberados y numerosos eran los que pedían ser regenerados en el baño del Nuevo Nacimiento. Felipe bautizaba a los hombres y su hermana a las mujeres.

 


Al llegar a Hierápolis, los santos apóstoles curaron y llevaron a la fe a la esposa del procónsul de Asia. Esta conversión desencadenó la furia del magistrado, que pronto mandó apresar a Felipe y a sus compañeros. Arrastrado por el suelo hasta la plaza central y crucificado cabeza abajo junto con san Bartolomé, el santo oraba ardientemente con estas palabras:

 

«Mi Señor Jesucristo, Padre de los siglos, rey de la luz, tú que nos has hecho sabios por tu sabiduría, tú que nos has dado la alta ciencia, tú que nos has concedido el designio de tu bondad; tú eres quien libra de la enfermedad a los que se refugian en ti… Ven, Señor, y concédeme la victoria y la corona ante los hombres. Que el enemigo no encuentre medio de acusarme ante ti, que eres el verdadero juez. Revísteme más bien con tu estola luminosa y dame tu sello glorioso. Haz que te encuentre en las nubes y transforma la forma de mi cuerpo, conformándola a la imagen de tu gloria. Y concédeme reposar en la gloria de tu bienaventuranza, haciéndome entrar en lo que has prometido a todos los santos, por los siglos de los siglos. Amén».

 

A la oración del santo, que estaba a punto de entregar su alma, la tierra se abrió de repente y engulló a un gran número de paganos, a sus sacerdotes e incluso al procónsul. Atemorizados, los impíos corrieron hacia Bartolomé y Mariamne, que aún estaban con vida. Los bajaron de la cruz y les pidieron ser recibidos en la santa Iglesia de Cristo. Después de haber sepultado dignamente los restos de san Felipe y de haber puesto como obispo de la ciudad a Stachys, quien había sido curado de su ceguera por el Apóstol, san Bartolomé y santa Mariamne continuaron su predicación, el uno en la India y la otra en Licaonia. Finalmente, Mariamne se dirigió hacia el Jordán, donde entregó su alma a Dios, conforme a la predicción de san Felipe.

 

(Tomado del Sinaxario del hieromonje Macario de Simonos Petras)

 

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