"El que no ha tenido un perro no sabe qué es querer y ser querido", afirmaba hace ya muchos años el filosofo Arthur Schopenhauer, y debo decir que mi vida a sido marcada desde mis seis años con esas maravillosas criaturas que se hacen querer mas allá de la muerte. Siguen conmigo a pesar del tiempo transcurrido. Hoy tengo que despedir a un nuevo amigo, “Oso”, ese longevo perro cuya raza era algo imposible de descifrar, que estuvo en el Centro Agroeológico desde antes de mi llegada, que fue amigo de todos, y cuando lo fue mío, me recibía esos fines de semana de actividades agrícolas, con llorisqueos de alegría, ladridos y alzando sus dos patitas como un osito.
Siempre ahi, pisando los tablones que sembraba, el cemento fresco que acababa de poner, pero con ese rostro de alegría que me hacían imposible retarlo.
Ese fue mi amigo que me acompaño mañanas, tardes y noches. Durante las lluvias, durante los días de frio y de calor, siempre estuvo ahí acompañándome y haciéndome sentir especial para él. Esos días que esperabas paciente ese pedazo de carne que se iba asando en la parrilla que siempre te guardaba exclusivamente para vos, como forma de demostrarte, como torpemente hacemos los seres humanos, ese aprecio incondicional que me dabas.
Te despido con lágrimas esta noche, lamentando no haber estado ese día que cerraste tus ojos por última vez. Lo siento. Hubiese deseado estar ahí para hacerte sentir bien, que no tuvieras miedo. Te voy a extrañar amigo.
Teofano.
En esas mañanas de trabajo, siempre ahi acompañandome
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