domingo, 21 de julio de 2024

San PROCOPIO loco de Cristo

 

SAN PROCOPIO, LOCO DE CRISTO

21 de julio de 2024 / 08 de julio de 2024 – Calendario Eclesiástico

 



I – PRIMER LOCO DE CRISTO DEL MUNDO ESLAVO

 

Se considera que el primer verdadero santo loco en Rusia, San Procopio de Ustyug.

 

Es de suponer que Procopio vivió en el siglo XIII y el año de su muerte en 1302. Sin embargo, la primera vida de Procopio se escribió recién en el siglo XVI y contiene muchas inconsistencias. Por lo tanto, no es posible conocer en detalle los años de vida del bendito hacedor de milagros.

 

Se dice que provenía de una familia noble de comerciantes patricios de Lübeck (actual Alemania). Tras la muerte de su padre, en conflictos militares, Procopio se vio obligado a abandonar Prusia. Cargó sus riquezas en barcos y partió hacia Veliky Novgorod.

 

II – CONVERSION

 

San Procopio fue un comerciante extranjero, un alemán católico, que tenía su comercio en Novgorod. Maravillado por la belleza de los oficios ortodoxos, abrazó la ortodoxia, repartió sus riquezas entre los indigentes. Fue bautizado en la Ortodoxia en el Monasterio  de Khutyn e ingresó como monje en dicho convento (fundado en 1192) y famoso por el rigor de sus reglas y la santidad de la vida de sus monjes.

 

 

III – CAMINO AL DESIERTO

 

Aquellos novgorodianos que lo conocían, al enterarse de que Procopio aceptó la santa fe y entregó todas sus propiedades, comenzaron a alabarlo y ensalzarlo. A Procopio le resultaba difícil oír semejantes comentarios sobre sí mismo. La gloria humana, que privaba de la paz a su humilde corazón, se convirtió para él en una carga insoportable.

 

Temiendo perder su gloria celestial a causa de ella, le reveló su dolor espiritual a  su  staretz Varlaam Prokshinich, y comenzó a pedirle consejo y bendiciones para retirarse a algún lugar donde nadie lo conocería.

 

Al principio, el anciano lo contuvo, aconsejándole que mejor no abandonara el monasterio e incluso se recluyera, pero el deseo de Procopio era inflexible, como si algo lo estuviera arrastrando fuera del monasterio. Y no importa cuánto lo intentaron, no pudo detenerlo y, después de darle instrucciones, el mayor, con oración y bendición, envió a su alumno en su camino.

 

Muchos sufrimientos tuvo que aguantar durante el cumplimiento de su difícil sacrificio. Durante el verano y el invierno, caminaba, descalzo y mal vestido, pernoctando en los atrios o, simplemente, sobre el suelo. Recibía limosnas de gente piadosa, pero, aunque estaba hambriento, nada aceptaba de los que mediante engaños habían adquirido sus riquezas, quedando así, sin comer nada durante varios días.

 

Sufrió muchas burlas e insultos, maldiciones y palizas por parte de personas groseras en el camino, tuvo que soportar mucho en sus viejos harapos tanto del calor del verano como de las ventiscas invernales y las heladas amargas. Pero no se desanimó, sabiendo que cada día de su sufrimiento voluntario, cada paso en este camino estrecho y verdadero, hacia  la cruz lo acercaba a la paz eterna y a la Patria Celestial.

 

IV – BAJO EL PORTICO

 

Después de vagar durante mucho tiempo por la ciudad, perseguido e insultado por todas partes, el justo Procopio finalmente eligió como residencia permanente un rincón del pórtico de la enorme  iglesia catedral de la Dormición de la Madre de Dios, cortada en madera. Aquí comenzó a pasar verano e invierno, sin faltar a un solo servicio religioso, pasaba las noches en oración y durante el día deambulaba por las calles de la ciudad.

 

V - EL MILAGRO DE LA BRISA CELESTIAL

 

Una vez, durante una terrible helada, aquella durante la cual los pájaros en vuelo se congelan, el beato buscaba un refugio. En las casas no lo recibían. Hasta los perros, al lado de los cuales quería entrar en calor, huían de él. Procopio se estaba congelando. Repentinamente comenzó a soplar una templada brisa celestial y un ángel rozó su rostro. Gracias a todo esto, el beato entró en calor y volvieron sus fuerzas. Este milagro fue relatado por el beato a Simón, un clerigo de la catedral; además le pidió no difundirlo antes de su muerte.

 

 

VI – CLARIVIDENCIA

 

Por sus sacrificios, el beato fue distinguido con el don de clarividencia. Un día se inclinó ente una niña de 3 años y les dijo: "He aquí a la madre de un gran santo." La niña fue la madre del Jerarca Esteban de Perm.

 

En el año 1290,  durante una semana deambuló por la ciudad instando a los habitantes a arrepentirse y rezar, para que el Señor salve a la ciudad del destino de Sodoma y Gomorra (Génesis, capítulo 19). Nadie le creía.

 

El realizaba la siguiente advertencia: “La ira de Dios se acerca, arrepentíos, hermanos, de vuestros pecados, apaciguad a Dios con ayuno y oración, de lo contrario la ciudad perecerá bajo una lluvia de fuego”.

 

“Está loco y nunca dice nada sensato. ¿Por qué escucharlo? - dijeron los habitantes de Ustyug y no prestaron atención a las palabras del justo.

 

Repentinamente apareció en el cielo una nube siniestra. La nube crecía y crecía, de tal manera que el día se convirtió en noche. Centelleaban los relámpagos, bramaba el trueno con tanta fuerza que estremecía los muros de los edificios. El ruido de la tormenta tapaba el clamor de los habitantes. Todos tuvieron un presentimiento de destrucción y de muerte. Los habitantes corrieron a la catedral. Allí, ante el icono de la Anunciación, rezaba el beato. Y el milagro ocurrió. Una fragancia llenó el templo. El mirra que fluía del icono milagroso era tan abundante que se pudieron llenar todos los recipientes que se encontraban en la iglesia. La gente se juntaba y se curaba de sus males. Después el sofocante aire refrescó y se asomó el sol.

 

A 20 km. de Ustyug, en el prado de Kotovalsk las nubes desencadenaron granizo y relámpagos. El granizo quebró el bosque de muchos años, pero no produjo daño ni a la gente, ni a los animales. En recordación de la salvación de la ciudad de su destrucción, fue establecida la festividad del icono de la Virgen de Ustyug.

 

VII – UN LUGAR ESPECIAL

 

El santo loco de Cristo, tenía un lugar especial: cerca de la Catedral corría el río Sukhona, a donde el santo se acercaba y se sentaba en una parte elevada al borde del río, y desde ahí, miraba a lo lejos orando al Señor para que protegiera a las personas que cruzaban el ancho e inquieto río.

 

Todos en la ciudad sabían que mientras Procopio estaba sentado sobre esa alta orilla, podías entrar al agua con seguridad y nadar hacia el otro lado. En este lugar, que amaba, el santo necio pidió ser enterrado cuando le llegara el momento de presentarse ante el Señor.



 Icono de Procopio de Ustyug, en oración al Salvador


VIII - NACIDO A LOS CIELOS

 

Un verano, mientras oraba por la noche como era su costumbre, Procopio sintió un toque familiar en su mejilla. Levantó los ojos y un ángel blanco se paró frente a él y le dijo:

 

- Prepárate, Procopio, tu aventura terrenal llega a su fin, el 8 de julio el Señor te llevará consigo.

 

Dijo ello y desapareció. Al día siguiente, Procopio les contó a todos sobre el milagroso fenómeno y comenzó a esperar ansiosamente el día señalado.

 

La noche del 8 de julio fue cálida, Procopio salió de las murallas de la ciudad, dirigiéndose a las puertas del Monasterio del Arcángel de Ustyug. Se arrodilló y oró por última vez, se acostó de costado, se acurrucó y murió tranquilamente. Era el año del Señor del 1302. Los monjes del Monasterio lo encontraron cubierto de una sábana de nieve.

 

La glorificación eclesiástica del Beato Procopio tuvo lugar en el Concilio de Moscú de 1547; su memoria fue erigida el 8 de julio.

 

Gracias a la intercesión del bendito, muchos de los que acudieron a su ayuda en oración recibieron curación de diversas enfermedades.

 

IX – SU ORACIÓN FINAL

 

Dicen los relatos de su vida, que está fue su oración final, antes de ir al regazo del Padre de los Cielos:

 

“¡Señor Soberano Jesucristo, Hijo de Dios, Todopoderoso, Creador de toda creación visible e invisible! Ahora yo, siervo tuyo pecador e indigno, entrego mi alma en tus manos. Tú, Señor, sembraste en mi corazón el mayor amor por la fe verdadera y me sacaste de la tierra latina inmunda y de la fe, fuera de mi patria. Tú, Señor, me elegiste entre tus siervos, no me dejaste perecer con los lícitos en las tinieblas de mi patria: me alejaste del mundo de las riquezas vanas y codiciosas. Tú, Señor, desde pequeño me diste paciencia en los negocios y en las dificultades; Tú, Señor, me concediste permanecer desnudo en la necedad y en numerosos vagabundeos, para ser oprobio de la gente. Tú, Señor, me diste Tu mayor manifestación sobre la ciudad de Ustyug. Tú, Señor, me has recompensado con el don de soportar las severas heladas invernales. Tú, Señor, me diste vida, me sacaste de la decadencia y hiciste mi cuerpo invulnerable a las heladas. Tú, Señor, no te apartes de mí hasta que mi alma abandone el cuerpo. Cumple, oh Señor, mi petición; hasta el final deseo permanecer en la mayor bondad y atravesar serenamente los comienzos y los poderes de las fuerzas oscuras”.

 

X – TROPARIOS DE SAN PROCOPIO


Troparion, tono 4

 

Iluminado por la gracia divina, sabio de Dios, / y toda la mente y el corazón de este mundo de este mundo al Creador, inquebrantablemente consagrado / con castidad y mucha paciencia, / en la vida temporal el flujo del bien pasaste / y guardaste la fe inmaculada. / Asimismo, después de la muerte, apareció el señorío de tu vida:/ fluyes con una fuente inagotable de milagros/ fluyendo con fe hasta tu santo sepulcro,/ oh bendito Procopio,/ ruega a Cristo Dios,/ que él salve nuestras almas.

 

Troparion, tono 4

 

En tu paciencia de Dios recibiste la recompensa de los dones de profecía, oh bendito, a través de oraciones, vigilias y ayunos, agotando tu cuerpo y elevando tu alma al Celestial, el Rey de todos, Cristo Dios, es poderoso. Tuviste el honor de verlo / y fuiste atado con una corona inmarcesible / Desde su rostro, de pie ante los santos, / ofreciendo tu oración por el pueblo, / fuente de cálidas lágrimas derramadas, / liberaste la ciudad de Veliky Ustyug y su gente del terrible cobarde, y del fuego, y de la vana muerte./ Esos también nosotros, postrándonos a tu honesta raza, clamamos a ti:/ Oh Procopio, hacedor de milagros,/ sé nuestro intercesor ante el Señor/ en los días de dolores encontrados, tu siervo,/ y rogamos que salve nuestras almas.

 

Compilación: Patriarcal Ateneo San Marcos

 

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