viernes, 17 de junio de 2011

Semana de Pentecostés III - Consejo Mundial de Iglesias

SEMANA DE PENTECOSTÉS




CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS
Mensaje de los Presidentes - Pentecostés 2011

La promesa de Cristo resucitado antes de su ascensión se cumplió el día de Pentecostés, revelándose en dos tipos de poder: en un estruendo “como de un viento recio” y en “lenguas como de fuego” (Hechos 2:2-3). La venida del Espíritu Santo es indescriptible y por ello el evangelista Lucas utiliza la palabra “como”.


Este fuerte viento renueva completamente la atmósfera; crea un nuevo clima que da lugar a un entorno vivificante de aliento y energía. Esta energía “llenó toda la casa donde estaban”. Los discípulos se encontraron sumergidos, inmersos, “bautizados” por esta energía divina, tal como el Señor les había anunciado: “pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:5).

Las “lenguas como de fuego” simbolizan el otro tipo de poder. Se trata de una manifestación de la energía increada de Dios. El fuego quema, calienta, ilumina. El Espíritu Santo actúa en el mundo “como” el fuego, quemando lo que es peligroso o inútil, pero también calentando, reconfortando y fortaleciendo. El Espíritu Santo será siempre una fuente de iluminación, que revela la verdad sobre el misterio de la Santa Trinidad y de la existencia humana.


El Espíritu Santo llega en un momento en el que “estaban todos unánimes juntos” (Hechos 2:1), durante una celebración de acción de gracias, “el día de Pentecostés”. Llega durante una reunión de los fieles, “en medio de los hermanos”, que eran “como ciento veinte en número” (véase Hechos 1:15), para transformar la reunión en la Iglesia del Dios Trino y Uno. El “viento recio” no proviene de la tierra, sino “del cielo”, del “Padre en los cielos”. La presencia ardiente se reparte en lenguas “asentándose sobre cada uno de ellos”. Es de esta manera que se revela la relación directa entre el Espíritu y la Palabra de Dios (el Logos), así como el carácter personal de los dones divinos. El Espíritu nos revelará a Cristo como Señor y Salvador (véase 1 Cor. 12:3) y lo llevará, junto con su gracia, al corazón humano. El Espíritu Santo prosigue la obra salvadora de Cristo, en el espacio y el tiempo, irradiando la energía divina, de formas a menudo incomprensibles para la mente humana. “El viento (pneuma) sopla de donde quiere” (Juan 3:8).


El poder que los discípulos recibieron el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo no solo hace referencia a su progreso espiritual y crecimiento personal. No se trata únicamente de una iluminación individual, de un estado de éxtasis para que lo disfruten ellos solos. Es un poder que se otorga para la transmisión del Evangelio de la salvación a toda la tierra habitada,oikoumene, para que se continúe la labor de transformación del mundo, la obra que Cristo inició: “pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Actos 1: 8). Los discípulos que hasta entonces se habían mostrado temerosos, se convierten en valientes apóstoles, en aquellos a quienes se ha encomendado proseguir el ministerio de Cristo en el mundo. Y la Iglesia se convierte para siempre en “apostólica”.


El firme de deseo de todo creyente es convertirse en un templo del Espíritu Santo, para que, a través de la madurez de los frutos del Espíritu, su personalidad se perfeccione (Gál. 5:22), de modo que pueda convertirse en portador del Espíritu de amor, verdad, santidad y reconciliación en su entorno, tanto para aquellos que están cerca como lejos; y contribuir a la renovación constante de la humanidad.


Cada año la celebración de Pentecostés brinda una nueva oportunidad a todas las comunidades eclesiales y a cada uno de nosotros para vivir en la Eucaristía y la doxología la venida y el don del Espíritu Santo; para renovar nuestra confianza en el poder del Espíritu y para implorar con toda la intensidad de nuestra alma:

Santísimo Espíritu, “ven y mora en nosotros, purifícanos de toda mancha”.

Fortalece nuestro valor y nuestra determinación.

Renueva el aliento y el poder de la Iglesia.

Y concédenos la capacidad de convertirnos, en el mundo actual que sufre,

en “mártires” de la cruz y la Resurrección , en testigos de la justicia,

la paz y la esperanza.



Arzobispo Dr. Anastasios de Tirana y Toda Albania, Iglesia Ortodoxa Autocéfala de Albania

Sr. John Taroanui Doom, Iglesia Protestante Maòhi (Polinesia Francesa)

Pastor Dr. Simon Dossou, Iglesia Metodista de Benín

Pastor Dr. Soritua Nababan, Iglesia Cristiana Protestante Batak (Indonesia)

Pastora Dra. Ofelia Ortega, Iglesia Presbiteriana Reformada de Cuba

Patriarca Abune Paulos, Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía

Pastora Dra. Bernice Powell Jackson, Iglesia Unida de Cristo (EE.UU.)

Dra. Mary Tanner, Iglesia de Inglaterra



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